sábado, noviembre 24, 2007

DISCIPLINA

Reivindicar la autoridad, ¿una batalla perdida?

“Autoridad es lo contrario de autoritarismo. La persona investida de autoridad es aquélla que suscita en nosotros una admiración fecunda”, dicen los expertos

Nuestra cultura ya no venera –como antaño- las arrugas, las canas y las vueltas de la vida, sino que glorifica lo joven, lo virgen de tiempo”, asegura Mariano Narodowski, director del área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella. Ante este panorama, ¿es una batalla perdida reivindicar la autoridad? Juan Manuel de Prada, escritor de reconocido prestigio, que cuestiona el actual sistema educativo, considera que “mientras no nos esforcemos por restaurar este vínculo fecundo –la autoridad- que ‘nos ayuda a crecer’, la depauperación de nuestro sistema educativo no hará sino acrecentarse”.

Dos expertos en educación, De Prada y Narodowski, abogan, pues, por recuperar la autoridad perdida ante los jóvenes, una herramienta necesaria para educar correctamente a los adolescentes que, cuando eran niños, ganaron la primera batalla a sus padres recurriendo al chantaje emocional.

Aquel “ya no te quiero”, expresión favorita de los más pequeños, frase clave a la que los sobreprotegidos hijos llegan enseguida, y arma eficaz para ir mermando poco a poco la autoridad de los padres, se puede llegar a convertir en un “que te voy a dar”, cuando el joven ha perdido todo sentido del respeto a sus mayores.

¿Qué es la autoridad?

Esta es la pregunta que se hace De Prada en un artículo publicado en el último número de la revista PADRES, el del mes de mayo. “Auctoritas, en latín, deriva del supino del verbo augere, que significa ‘hacer crecer’; autoridad sería, pues, ‘aquello que nos ayuda a crecer’. Quizá en el progresivo arrinconamiento del latín en nuestros planes de estudios radique el origen de muchos de los males que nos afligen”, dice el escritor.

El que fuera galardonado con los premios Planeta (1997) y Nacional de Literatura (2004) por sus obras La tempestad y La vida invisible, respectivamente, asegura que “Autoridad es lo contrario de autoritarismo. La persona investida de autoridad es aquélla que suscita en nosotros una admiración fecunda; en su magisterio descubrimos una enseñanza que, a la vez que amplia nuestros conocimientos, enaltece nuestra vida”.

No es válido, por tanto, confundir los términos y revestir de ‘autoritarismo’ lo que es, en realidad, de gran ayuda para la formación de los más pequeños. “Quien está dotado de autoridad ensancha nuestro horizonte vital; quien, por el contrario, impone su autoritarismo, lo estrecha hasta hacerlo irrespirable”, dice De Prada, quien concluye que “la autoridad no se impone, sino que se muestra; y, cuando es una autoridad atractiva, provoca en el joven una suerte de empatía transformadora”. Lo contrario, es decir, cuando no existe autoridad, “condena al joven a creer que su capricho puede sustituir el esfuerzo”.

‘Matar’ al maestro

Otra de las cuestiones que plantea el escritor en su artículo es la reivindicación de la figura del ‘maestro’, bastante deteriorada en el actual sistema educativo. Sin la figura del maestro, “nuestra enseñanza ha enterrado al ser humano”, decía el filósofo y pedagogo Massimo Borghesi. De la misma opinión es De Prada, quien cree que “un maestro es aquella persona que, armada de autoridad, ayuda al discípulo a descifrar la realidad y a situarse en ella”.

Nuestra época descree de los maestros; ha infundido en nuestros jóvenes la creencia absurda de que pueden erigirse en ‘maestros de sí mismos’, de tal manera que su código de conducta –cualquier código de conducta que elijan, por contingente o errático que sea- se erija en norma válida para interpretar la realidad”, concluye De Prada.

Disciplina escolar no es convivencia

La autoridad perdida ante los adolescentes es el título del artículo que Mariano Norodowski publicó en LA VANGUARDIA de este lunes, 12 de junio. ¿Cómo poner normas en épocas en que la disciplina escolar se llama convivencia? Es la primera pregunta que deja en el aire el profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.

“Los adultos de hoy nos hallamos frente a una encrucijada: si aceptamos las nuevas reglas de juego light, tememos por el futuro de los más jóvenes y si pretendemos volver a las viejas épocas (a gritar, a pegar, a amenazar, a vigilar y castigar), agitamos los fantasmas del pasado y damos pena”, dice Narodowski. Sin embargo, a continuación también se pregunta: ¿Es correcto que mi hijo salga el sábado después de media noche y regrese a casa para el almuerzo del domingo?

La única solución al dilema, como también aseguraba recientemente otro experto en educación, el profesor de Historia de las Matemáticas Ricardo Moreno Castillo, es la pedagogía del esfuerzo y la disciplina. “Se trata de comprometerse con la capacidad de educar; es hacerse cargo del poder que se ejerce y hacerlo responsablemente”, asegura Narodowski.

“Asimetría entre adultos y niños”

Todo el quid de la cuestión radica en mantener la “asimetría entre adultos y niños”, afirma Narodowski. “La vieja tradición postulaba que los adultos debían amar, pero sobre todo educar y proteger a los menores, aún a costa de ser más severos que tiernos. Los más chicos estaban obligados a amar y a respetar a los adultos y especialmente a obedecerles. Su obediencia no debía basarse en el miedo, sino en la conveniencia: en esa asimetría el niño o el adolescente son definidos por una carencia, por una falta (de conocimientos, de experiencia de la vida) y el adulto por su capacidad de resguardar, de hacerse cargo y, por lo tanto, de cuidar a los niños”.

La ruptura de esa asimetría, con las nuevas oleadas de progresismo, es lo que “hace tambalear la capacidad de los adultos para hacernos cargo de ellos, para amar, cuidar o proteger, sea con cariño, sea con severidad”.

Los mass media no ayudan

Mariano Narodowski critica, además, como se posicionan los mass media ante este tema desde hace ya bastantes años. “La posición dominante de los medios de comunicación fue la de reeducar la paternidad y la maternidad desde los cuidados que habían de prodigar a los recién nacidos hasta hacer del castigo corporal un anatema, y de cualquier forma de sanción paterna una actividad necesaria pero sospechosa de abusos y excesos”.

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