La vuelta del verano se convierte para muchas familias modestas americanas en un auténtico drama, y la causa principal no es el desembolso correspondiente al material y los gastos que lleva consigo el inicio del curso escolar. El motivo radica en que muchos de ellos no conseguirán plaza para sus hijos en una de las denominadas charter school, escuelas financiadas con dinero público pero que funcionan de forma autónoma. Estas escuelas, promovidas por grupos de profesores y de padres, han demostrado ser eficaces para elevar el nivel de calidad de la enseñanza (cfr. Aceprensa, 6 de octubre de 2009).

Hay más niños que plazas en estas escuelas y los padres saben que el futuro de sus hijos pende del hilo de la educación. En las listas de espera para acceder a una charter school hay cerca de 420.000 niños.

Lograr una plaza en este tipo de escuelas no siempre garantiza el éxito educativo. No todas lo hacen mejor que las escuelas públicas, pero sí ocurre en muchos casos. En Chicago, por ejemplo, 25 de las 27 charter schoolsobtuvieron mejores resultados que sus homólogas de barrio en los exámenes estatales.

Waiting for Superman”

“¿Por qué no tenemos un número suficiente de buenas escuelas?”: es la pregunta que trata de contestar Davis Guggenheim a través de Waiting for Superman, un documental que describe el estado actual de las escuelas públicas y de cómo repercute esto en el futuro de los niños. A lo largo de casi dos horas y con casos concretos de niños describe la dificultad de las familias menos favorecidas para lograr que sus hijos puedan salirse de colegios públicos fracasados para asistir a escuelas más atractivas. El documental ha dado bastante que hablar al comenzar este curso.

Guggenheim, productor de los cortos que encumbraron a Barack Obama y director del documental Una verdad incómoda que le valió un Oscar a Al Gore, se declara defensor de la escuela pública. Pero confiesa que “traiciona las ideas en las que cree” cuando cada mañana pasa con el coche por delante de tres escuelas públicas antes de llegar al colegio privado al que lleva a sus hijos. Con su nuevo documental trata de equilibrar la balanza centrándose en aquellos que él llama “los niños de otros”.

Incluso conociendo la dificultad para acceder a una charter school, uno no es consciente del nivel de desesperación de las familias hasta que no observa a la abuela de Anthony, un huérfano de quinto grado que vive Washington, D.C, sentada junto a él sosteniendo en la mano una tarjeta con un número. La SEED School en la que han presentado solicitud tiene 61 aspirantes para 24 plazas, y se adjudican por sorteo. En Waiting for Superman se relata incluso el caso de una charter school de Harlem en la que hay 767 solicitudes para tan sólo 35 plazas.

¿Cómo es esto posible? ¿Por qué no se puede abarcar esta demanda? Muchos estados han puesto topes a la extensión de las charter schools. En el caso de Illinois, el año pasado se dobló el número de licencias hasta llegar a 120; pero “deberían suprimirse los límites”.

Al problema de las licencias se suma el de los recelos que levantan las charter schools en los consejos escolares y los sindicatos de profesores, que miran como una manera de competencia desleal que se permita a estas escuelas funcionar con cierta autonomía. Lo que no dicen es que las charter schools reciben por alumno tan sólo el 75% de lo que cuesta una plaza pública normal. Algunas fundaciones privadas ayudan a recabar la diferencia.

En el fondo, según Guggenheim, la solución del problema no consiste sólo en que existan más o menos charter schools, sino en ofrecer más alternativas educativas a la gente.