martes, junio 18, 2013

MATRIMONIO HOMOSEXUAL EN FRANCIA: ÉXITO O FRACASO

A pesar de la gran división que ha provocado en el seno de la sociedad francesa y de las masivas manifestaciones en contra de su proyecto de legalizar el 'matrimonio' y adopción homosexual, el presidente francés, François Hollande, se ha salido con la suya.

La Asamblea Nacional de Francia dio luz verde este martes, 23 de abril, a las 17.00 horas, al texto que legaliza los 'matrimonios' entre personas del mismo sexo y la adopción para este tipo de uniones. La propuesta fue aprobada con 331 votos a favor, dos más que en la primera lectura, mientras que votaron en contra 225, cuatro menos que en la anterior votación.

Poco antes de la votación, el presidente de la Asamblea Nacional, Claude Bartolone, obligó a desalojar la tribuna de invitados por los gritos lanzados por opositores a la ley y con el argumento de que "los enemigos de la democracia no tienen nada que hacer en el hemiciclo".

Una vez adoptada la decisión, la mayor parte de los diputados de la derecha abandonó la cámara, mientras que los de la izquierda, en pie, aplaudían y gritaban "¡Igualdad!".

Por su parte, la ministra de Justicia, Christian Taubira, que amadrinó el texto, aseguró estar "llena de emoción" ante el "avance histórico" que supone la aprobación de esta ley.

A lo largo de casi 140 horas, los diputados han debatido sobre el texto en medio de una gran tensión, tanto dentro como fuera de la cámara, donde los detractores han convocado multitud de manifestaciones de protesta. De hecho, las protestas se han saldado en los últimos días con 257 detenciones.

Con la decisión adoptada por los diputados de la Asamblea Nacional, Francia se convierte en el decimocuarto país que reconoce la legalidad del 'matrimonio' gay y sigue la estela de países como España, Bélgica, Portugal, Noruega, Suecia, Islandia o Dinamarca.

lunes, junio 10, 2013

JUVENTUD, DROGAS Y ALCOHOL

Vicente Franco Gil

 
La última encuesta acerca del alcohol y las drogas en España entre 2011-2012, elaborada por el Ministerio de Sanidad, señala que los jóvenes en edades comprendidas entre 14 y 18 años se sitúan en primera posición en el ranking del consumo de alcohol, tabaco y cannabis.
Ante este contexto más que preocupante, se me vienen a la cabeza un aluvión de preguntas que circunscriben a un amplio elenco de personas e instituciones de las que ninguna de ellas pueden zafarse de sus respectivos compromisos sociales. Viviendo en la parcela del primer mundo, transitando en pleno siglo XXI y perteneciendo al continente más vetusto de la Tierra por el que la historia ha atestiguado hechos que se han plasmado en una ingente cosecha de páginas, nada de ello al parecer resulta útil para acrisolar hoy los actos humanos y definir comportamientos adecuados. Cuando la población más joven y vulnerable, la misma que en unos años tiene la grave obligación de efectuar el relevo generacional de quienes les preceden, es a su vez la que de forma ascendente se va degradando en el incipiente segmento de sus vidas al hilo de la gran ingesta de alcohol y al desmesurado consumo de cannabis, y por ende, de diversas sustancias psicotrópicas, ha llegado la hora de cuestionarnos, de un modo u otro, todo aquello que estamos haciendo mal.
 
Apuntaba anteriormente que frente a este naufragio juvenil debemos buscar responsables pero también respuestas que sustenten el resultado de aquella encuesta. Así pues, atendiendo a la conducta impúdica de esos jóvenes, quizá lo primero que falle sea una educación coherente que les vincule al bien, esa pariente pobre de nuestra coyuntura social que con frecuencia se ve difamada tanto en centros escolares como en el seno de las propias familias. Porque está claro que cuando la célula social por excelencia que es la familia se quiebra, los hijos son presa fácil del infortunio. Hoy en día la generosidad hacia la gestación y la maternidad es decadente. Se prefiere tener pocos hijos, en muchos casos solamente uno, para eso sí darles todo lujo de consentimientos. Quizá deberíamos preguntarnos si estamos educando a nuestros hijos en el “tener” y no en el “ser”, en valorar a los demás por lo que tienen o pueden reportar y no por lo que son como persona, siendo nuestro ego el centro del universo sobre el cual gira todo a nuestro alrededor. Quizá estemos también en unos tiempos en que la permisividad colma nuestra falta de responsabilidad, donde el deber es algo relativo y el esfuerzo un fin obsoleto propio de sociedades rancias y conservadoras.
 
Pensábamos que con el logro democrático de la escolarización obligatoria y la proliferación de bibliotecas cambiaría el porcentaje de fracaso y los jóvenes huirían de la ruina del alcohol y la marihuana, pero no, el ser humano es muy perezoso, mientras la cultura es muy exigente. Mercedes Ruiz Paz, en su fastuoso ensayo Los límites de la educaciónpone el dedo en la llaga cuando manifiesta que en España unos millones de adolescentes entre 13 y 18 años están siendo educados por otros adolescentes de entre 30 y 40 años. Es claro que en la actualidad muchos padres atestan a sus vástagos saturándoles con tecnología punta y con primeras marcas, imponiéndoles como metas la crítica abyecta, la murmuración, la violencia, el resentimiento, la traición y toda suerte de mentiras con tal de tener un puesto destacado en la efímera sociedad en la que gravitan.
 
Aristóteles decía que no nos interesa saber en qué consiste la salud, sino estar sanos. Por ello si los valores no se convierten en virtudes, vender valores es vender humo. Porque lo que es indiscutible es que el mundo avanza a remolque de la gente que persevera en su empeño, y no en quienes se inhiben a base de estupefacientes o con el destructivo alcohol. El lema del permisivismo del antiguo mundo greco-latino de otrora, pagano y eminentemente racionalista, era el “non iubeantur dura nec prohibeautur impura, es decir, no se manden cosas duras ni se prohíban las impuras. Vino precedido por un reblandecimiento de las virtudes ciudadanas más incómodas. Es evidente que las civilizaciones nacen, llegan a plenitud y finalmente mueren, sobre todo cuando el principal anhelo es el individuo y la búsqueda del bienestar absoluto y placentero. En estos términos, quizá la clase política y la normativa atinente no hayan acertado a orientar a los súbditos por la senda de la dignidad, y quizá también lo que han provocado es la subversión de los valores y el oscurantismo generalizado del deber.
 
Como consecuencia de este declive humano, se está generando una confusa ideología de la libertad que conduce a un dogmatismo que se revela cada vez más hostil precisamente contra esa misma libertad. La nueva idolatría al materialismo, al hedonismo, a la superstición, al ateísmo y a un positivismo exacerbado, sitúan al ser humano en la adoración de sí mismo, contribuyendo a un rebajamiento de su integridad, lo que hace que las personas seamos para esta clase de iluminados un simple número innominado entre una muchedumbre despersonalizada. Marcelino Menéndez y Pelayo, en el “brindis del Retiro”, ya pronunciaba atisbos de profecía política: “España, evangelizadora de la mitad del Orbe; España, martillo de herejes; luz de Trento; espada de Roma...; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad, no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los Arévacos y de los Vacceos y de los reyes de Taifas”. Y no le faltaba razón.
 
Si realmente queremos tener una juventud sana, con una mirada limpia, que hunda sus raíces en el respeto al prójimo, donde vaya más lejos de la pura filantropía y la solidaridad, es decir, que camine acotada entre la consideración comprometida con sus iguales y la heroicidad de sobrellevar las cargas pesadas de quienes caminan a nuestro lado, debemos estar celosamente implicados en provocar este éxito. De esta manera puede que entonces la práctica de beber alcohol y consumir drogas deje de seducir el hastío al que la juventud se somete por tenerlo todo a edad temprana y carecer de lo más esencial. No dejemos que las opiniones de los nuevos “sabios”, de los expertos en argucias  y en la manipulación, sean acogidas con reverente sumisión como si esos sabios poseyeran las llaves de un infalible saber.
 
Cuando a los hijos se les educa en un seno familiar estructurado, definido y autentico, lo que quizá la progresía trasnochada denomina tradicional, procurando por una instrucción integral plena de valores éticos, morales y espirituales, será muy difícil que los jóvenes zozobren en las turbulentas humedades del alcohol y en los nocivos compuestos de la droga. Por todo ello, no olvidemos que la realización de la justicia social es también un servicio a la verdadera libertad y, como no, al desarrollo de actuaciones eminentemente civilizadas que urden el tejido idiosincrásico de un pueblo.