sábado, febrero 12, 2011

EL HIJO UNICO

La imposición en China de la política del hijo único ha llevado al país asiático a una situación muy difícil de sostener demográficamente. El empeño por controlar la natalidad en las últimas décadas se da ahora de bruces con una realidad que no puede sortear sin dar marcha atrás: la multitud de “hijos únicos” que han crecido en la sociedad china de los últimos años no es ahora suficiente para atender el volumen de ancianos que proviene de generaciones anteriores. Más de 107 millones de chinos –en una población de 1.338 millones– tienen más de 65 años, una cifra que podría doblarse antes de 2030.

En 2008, en el pleno anual de la Asamblea Nacional Popular, hubo un amago –aunque sin éxito- de derogar esta ley de control de la natalidad debido al envejecimiento de la población. En los dos últimos años algunas medidas y sucesos hacen pensar que el Gobierno chino se replantee un cambio de rumbo en esta cuestión, después de tomar conciencia de los resultados que ha producido con esta política.

En 2009, la ciudad de Shanghái se convirtió en el epicentro de la cuestión cuando se hizo público que la Administración alentaba a las parejas formadas por hijos únicos a tener un segundo hijo. Las autoridades de la ciudad negaron cualquier novedad respecto a la política nacional del hijo único, pero poco más tarde se hizo oficial el proyecto de levantar la restricción en cinco provincias con bajas tasas de natalidad. Los proyectos piloto, que están a punto de empezar en 2011, permiten un segundo hijo por familia si al menos un cónyuge es hijo único. Pekín, Shanghái y otras cuatro provincias harán lo mismo en 2012. La adopción a nivel nacional de la nueva política se espera para el año 2013 o 2014.

A estas medidas se sumó además en junio de 2010 el caso del profesor universitario, Yang Zhizu, y su mujer Chen Hong, que se atrevieron a desafiar a las autoridades negándose a pagar la multa prevista para las parejas que tienen un segundo hijo. El desafío le costó a Zhizu la plaza en la universidad, pero provocó una rebelión cívica en Internet e hizo que sus colegas de la universidad enviaran una carta al gobierno, pidiéndole que le devolviera la plaza. En el texto de la misiva recalcaban que ya era hora de que el país se replanteara la política demográfica.

Obligados por ley a cuidar de sus padres

La flexibilidad que ya se atisba en ningún caso tendrá efectos inmediatos por lo que lo primero que ha decidido el Gobierno es hacer uso de la ley para recuperar a la fuerza la costumbre del cuidado de los mayores. Los ancianos que se sientan abandonados podrán acudir a los tribunales para exigir que sus hijos vayan a visitarles más a menudo.

En China no queda otro remedio, porque en caso contrario muchos ancianos estarían abocados al abandono familiar. Una situación real puesto que, por razones de diferente índole, muchos ciudadanos se ven obligados a cambiar de ciudad sin poder llevarse con ellos a sus progenitores ya mayores. El abandono es una consecuencia de la política del hijo único que los Gobiernos chinos no supieron prever cuando la implantaron y cuya solución quieren hacer recaer sobre los hombros de aquellos que no son más que el fruto de su gestión: los hijos únicos.

La situación demográfica actual del país también pone en peligro la creación de un sistema universal de seguridad social y de pensiones de jubilación, y un desequilibrio de sexos cada vez mayor. En una sociedad con preferencia por el varón, los abortos en función del sexo son corrientes. Los hijos únicos, además de ser obligados por la ley a cuidar de sus padres, se enfrentan a otro gran problema, el de buscar consorte. A comienzos de este año, uno de los think tanks más conocidos, la Academia China de Ciencias Sociales (CASS), reconoció que la política del hijo único impuesta a la población desde 1979 había creado un enorme desequilibrio entre hombres y mujeres, con implicaciones significativas para la estabilidad social del futuro. El informe de la institución gubernamental indica que en 2020 habrá 24 millones de varones en edad de casarse que no podrán hacerlo debido a la falta de mujeres. Según el mismo informe la relación hombres-mujeres es de 119/100 actualmente y puede llegar hasta un 130/100 en zonas rurales, donde los hijos varones son todavía más apreciados.

La evolución y consecuencias de la política demográfica en China sirven de aviso a Occidente donde el envejecimiento de la población también es notable. Aunque la política del hijo único no se ha implantado de una manera explícita, sí se ha impuesto de un modo indirecto en los últimos años penalizando económica, social y culturalmente a aquellas familias que tenían varios hijos y en especial a las madres.

Preocupación por las enfermedades de los ancianos

Una de las consecuencias del envejecimiento de la población en China es la proliferación de casos de demencia senil. Para tratar de atajar este problema, el Gobierno se ha visto obligado a comenzar campañas de formación específicas en el seno de la comunidad médica. Las grandes ciudades elaboran también programas para construir nuevas instituciones que puedan hacerse cargo del cuidado de estas personas.

El cambio de actitud de la sociedad china es llamativo. Hasta ahora muchas familias, debido al desconocimiento que se tenía de estas enfermedades, confinaban a los familiares que las sufrían en hospitales psiquiátricos todavía con barrotes en las ventanas.

En Shanghai se estima que hay 120.000 personas con Alzheimer u otras formas de demencia, pero las autoridades locales apenas identifican un puñado de instituciones preparadas para atenderlas. La dificultad se agrava por el denominado “problema 4-2-1” al que tienen que hacer frente los hijos únicos de padres sin hermanos: hacerse cargo en solitario de dos padres y cuatro abuelos.

Para tratar de solucionar la falta de residencias preparadas, la ciudad de Shanghai ha propuesto el “Plan 90-7-3”: lograr que el 90% de los ancianos sea atendido en casa, mientras el 7% visita ocasionalmente un centro especializado y que tan sólo un 3% viva de un modo permanente en una residencia.

martes, febrero 01, 2011

VALORES ADOLESCENTES

Frente a los cansinos reportajes que se dedican a lamentar el insaciable narcisismo de la “Generación Yo” (los nacidos después de 1982), su adicción a las pantallas o su necesidad permanente de estar conectados con otros, es posible dar la vuelta a la tortilla e intentar sacar virtudes de sus puntos débiles.

El ideal de autenticidad, por ejemplo, puede ser un revulsivo para favorecer el pensamiento crítico o la valentía para manifestar lo que uno piensa al margen de la corrección política; el boom de las relaciones virtuales puede llevarse al terreno de la vida real para fomentar la preocupación por los demás, etc.

Pensar por libre

Los padres quieren que sus hijos se porten bien, pero ¿qué significa eso exactamente? Los niños y los adolescentes pueden salir airosos cuando se plantea un conflicto entre decisiones del tipo “haz el bien” y “evita el mal”. Quien más, quien menos intuye que eso de fastidiar a su hermana adolescente no debe de estar muy bien.

Sin embargo, la cosa se complica ante dilemas que exigen elegir entre “hacer el bien” y... “hacer el bien”. En su libro Good Kids, Tough Choices (1), Rusworth Kidder –escritor e investigador del Institute for Global Ethics– identifica cuatro paradigmas de este tipo de conflictos: verdad frente a lealtad; necesidades individuales frente a necesidades colectivas; decisiones a largo plazo frente a decisiones a corto plazo; y justicia frente a compasión.

Un ejemplo del primer paradigma es el caso del adolescente que se plantea qué hacer cuando un amigo le pide que guarde un secreto que puede perjudicar a otros. ¿Debe ceder el “valor de la palabra dada” ante aquella otra lección que aprendió de pequeño: “Di siempre la verdad”?

Para formar a los hijos, hay que sustituir las órdenes ligadas a la casuística por conversaciones pausadas donde ellos aprendan a razonar éticamente

Para unos padres acostumbrados a educar a contracorriente a sus hijos, la aparición de un nuevo libro como el de Kidder puede ser un motivo de alegría, de preocupación... o simplemente de hastío. Alguno pondría pensar: “Si vas a decirnos que todo es más complicado de lo que imaginábamos, podías haberte ahorrado el trabajo”.

Pero Kidder no viene a asustar a nadie. Su objetivo es dirigir la atención y los esfuerzos de los padres hacia lo que él considera esencial: más que decir a los hijos lo que han de hacer en cada caso, los padres deberían enseñarles a razonar éticamente.

A su juicio, la clave es sustituir los mandatos ligados a la casuística (que tanto desgastan al que los da y al que los recibe) por conversaciones pausadas donde los niños vayan aprendiendo a pensar por su cuenta. Así, poco a poco, irán adquiriendo un estilo de pensamiento prudencial. Lo que, a la larga, contribuye a que los hijos maduren y ganen en independencia frente al último comentario que le dejan en su red social.

Da la cara por tus ideas

Una de las virtudes básicas por las que aboga Kidder en su libro es lo que llama el “coraje moral”, o sea la prontitud para seguir la conciencia y la valentía para tomar partido públicamente a favor de esas opciones.

A lo largo de más de 20 años de investigación, Kidder y su equipo han comprobado que “muchos tienen valores muy buenos y son capaces de tomar decisiones encomiables. Pero si falta valentía para defender esos valores cuando alguien los pone a prueba, en la práctica no hay mucha diferencia entre tenerlos o no. El coraje es el catalizador; sin él, no hay más que teorías bonitas”.

Kidder pone el ejemplo del acoso escolar. “Aquí tenemos un campo de trabajo idóneo para que los chicos se entrenen y empiecen a mostrar ese coraje. Pueden aprender a proteger a las víctimas, a parar los pies a los matones de la clase, a correr el riesgo de hablar... Sí, riesgo. Porque sin cierto riesgo no hay coraje”.

La valentía, añade Kidder, se ha considerado siempre una virtud que marcaba el paso de la adolescencia a la edad adulta. “Aquí tienes una lanza”, se decía en algunas culturas. “Hay un oso en el bosque; vete y cázalo. Cuando regreses en tres días, por fin serás un hombre”.

Como en las sociedades occidentales ya no existen este tipo de ritos, el coraje moral –salir públicamente en defensa de las propias convicciones– se ha convertido hoy en el equivalente a la caza del oso.

Del yo al nosotros

Michael Ungar, experto en orientación familiar, casado y padre de dos adolescentes, es de los que piensan que la “Generación Yo” no necesariamente es lo peor que le ha pasado a la humanidad en los últimos siglos.

Es cierto que la cultura actual empuja sin tregua a los jóvenes a vivir obsesionados con su apariencia. Y que incluso los padres, sin quererlo, pueden reforzar esa tendencia. “Nadie se propone hacer de sus hijos unos egocéntricos. Sin embargo, podemos hacer cosas sutiles y no tan sutiles que, sin darnos cuenta, lleven a nuestros hijos a pensar en ellos mismos antes que en los demás”.

Lo bueno es que ahora tenemos más experiencia que en otras épocas, donde no había tiempo ni medios para autopromocionarse en las redes sociales. Con este enfoque optimista, Ungar ofrece pistas en su libro The We Generation (2) para conducir a las futuras generaciones hacia “un comportamiento socialmente responsable”.

Además, tiene la audacia de confíar a la “Generación Yo” la puesta en marcha de ese movimiento. Precisamente la actitud de estar siempre “conectados al grupo” (on line, sí, pero conectados) les predispone para la empatía. Y, bien encauzada, esa capacidad de hacerse cargo de lo que piensan y sienten los demás puede convertirse en una fuerza para el bien.

_____________________

(1) Rusworth Kidder. Good Kids, Tough Choices: How Parents Can Help Their Children Do the Right Thing. Jossey-Bass. San Francisco (2010). 260 págs. 11,53 $.
(2) Michael Ungar. The We Generation: Raising Socially Responsible Kids. Da Capo Press. Cambridge (2009). 280 págs. 14,43 $.